jueves, 16 de octubre de 2014

¿No hay en español?

Estos son los libros que le regalamos a Guille las primeras semanas, para motivarle a que aprendiera a leer y escribir en inglés. Lo primero que preguntó al verlos fue: 
"¿Y no hay en español?" 
"No, no hay, pero con estos libros vas a aprender a leer en inglés y vas a poder leer otros libros y después otros y otros..." 
"¡Quiero en español!"








Les mostré estos libros a unos amigos. Uno de ellos, profesor de Física, se rio y dijo "Claro, no podía ser de otra manera: Darth Vader tiene que estar en la tapa del de Matemáticas".

































Todo el mundo me dijo que no me preocupara por el idioma, que Guille lo aprendería rápidamente, que los niños son esponjas... Nada más cierto. Hace unos días, en una de mis clases hablamos de que antes de los cuatro años, los niños dominan las reglas de género en español (y supongo que en otros idiomas pasa lo mismo), es decir, saben cuáles sustantivos son masculinos y cuáles femeninos. Hoy, en otra de mis clases, tocamos un tema todavía más sorprendente: la capacidad de los niños de crear un idioma a partir de palabras sueltas. Este parece ser el caso de lenguaje de señas de Nicaragua y de varias lenguas en el Caribe, que nacieron a partir de la creatividad espontánea de los chicos. Entonces, si los niños pueden crear una lengua, aprender una que ya existe debe ser, para ellos, un juego de niños. 
Lo curioso es que aun conociendo estudios científicos sobre las habilidades lingüísticas de los bebés y los niños o habiendo escuchado miles de experiencias de otra gente, uno no puede evitar preocuparse por el proceso de aprendizaje de su hijo (bueno, al menos yo no pude). ¿Qué pasa si se burlan de él porque no habla inglés? ¿y si extraña a sus amigos? Si se siente mal, ¿a quién se lo va a decir? ¿Cómo va a sobrellevar el cambio... pasar de ser el que siempre levanta la mano en la clase al que no entiende nada? 
¿Exageré? Sí, un poco. Es que Guille había pasado de poder leer todo lo que veía a su alrededor a casi no saber leer. Las palabras que leía, de la manera en que las leía, no tenían sentido; y si por si acaso las leía bien, no las entendía. Yo trataba de imaginar lo que  él pensaba: "Las letras son las mismas pero no se leen igual"; "lo que escribo no se parece a lo que digo"... 
Y si pensaba esto y si se sintió perdido, o no lo manifestó o se le pasó enseguida. Creo que ayudó el hecho de que la maestra entendiera algo de español y de que en su clase hubiera otro alumno que lo hablara. No se vio completamente perdido. Había quienes lo entendían y podían ayudarlo a aprender el idioma extraño. (Y bueno, como dice Tati, no vinimos a China, y alguito de inglés el enano ya sabía). También, el acceso a recursos pedagógicos fue importante: las bibliotecas del colegio y de la universidad tienen miles de volúmenes para niños, las librerías venden material de lectura por niveles y por interés... Con todo eso a favor, fue cuestión de tener paciencia... y la tuve. El mundo tenía razón: los niños son geniales, y Guille no es la excepción. 

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